Me gustaría analizar algunas cuestiones que hacen a la solidaridad previsional. Primero es necesario comprender que los fondos de la ANSES no están compuestos sólo de aportes de los trabajadores y de los empresarios. De hecho, el 40% de los fondos provienen de aportes tributarios. En este sentido, hablar del dinero de la ANSES no equivale a hablar del dinero de los jubilados.
Re-estatizar las jubilaciones fue el primer paso para llegar a la solidaridad previsional. El régimen de capitalización individual instaurado durante el menemismo excluía a gran parte de la población que al haber sido explotada durante años trabajando en negro, no iban a acceder a una jubilación. Era el sistema del “arréglese quien pueda”.
Gracias a que volvimos a un sistema de reparto, dos millones cuatrocientas mil personas, a las que se les había negado la posibilidad de jubilarse, hoy perciben una jubilación mínima. Y no se trata de mirar el ombligo propio y decir “yo aporté toda mi vida y aquél nunca, sin embargo percibe lo mismo que yo”. Se trata de pensar qué modelo de país queremos: uno exclusivo e individualista; o uno inclusivo, en el que haya cada vez menos desigualdad.
Para mantener un sistema de reparto, es necesario que existan cuatro trabajadores activos por cada pasivo. Hoy por hoy en la Argentina, el sistema se mantiene a duras penas con 1,4 aportantes.
La seguridad del futuro jubilado que va a cobrar es que haya muchos trabajadores activos aportando. Es por esta razón que no podemos estar de acuerdo con aquellos que opinan que el dinero de la ANSES debe ser un fondo intangible. Lo cierto es que cuando ese fondo se utiliza para ayudar a generar empleo desarrollando obras de infraestructura, para financiar actividades productivas, se está generando posibilidades de que haya más empleo que nos ayude a aproximarnos a esos cuatro trabajadores activos por cada pasivo indispensable para que el sistema jubilatorio sea sustentable. Esta es la verdadera defensa del jubilado.