Las medidas de ajuste que han tomado la mayoría de los países, algunos con déficit fiscales muy grandes como España, Portugal, Inglaterra, y otros con números más holgados pero que ajustan menos, como Alemania, o que congelan el gasto, como Francia, generan un problema de un imaginario de reducción de la actividad económica real. Esto significa que se le da una importancia exagerada a los llamados mercados de capitales y a la liberalización de esos mercados, es decir, a que se puedan manejar sin traba alguna.
Un ejemplo concreto de esto son los pozos que se produjeron hace unas semanas en las bolsas de todo el mundo debido a que la canciller alemana Ángela Merkel puso algún freno en la especulación y prohibió, por diez días, operaciones altamente especulativas que apuntaban a la caída de los mercados. Los mercados no quieren ser regulados, y lo más curioso es que hasta los analistas de las caídas citan su origen en las suposiciones acerca de que otros países europeos sigan los pasos de Alemania. Dicen que estas medidas arrastran a los recintos a nuevas pérdidas.
La desconexión absoluta que hay entre los mercados y el resto de la economía, y de cómo los llamados mercados son básicamente movidos por la especulación y no por la economía real es lo que me hace pensar que, como nunca, necesitamos de un Estado activo como respuesta a esa supuesta falta de autorregulación de los mercados. Si queremos una economía donde los valores de las cosas tengan que ver con el costo de producción, con la demanda real de la gente, con las necesidades insatisfechas, y que la cantidad de moneda que circula tenga que ver con el volumen real del producto, vamos a necesitar un poco de regulación sobre la especulación.