Si la cuestión de la inseguridad fuera un problema simple, sencillo de resolver con medidas obvias, como las que sugiere cierto sentido común o mejor dicho cierta visión mecanicista o reduccionista del problema, los distintos gobiernos de muchos países de la región y del mundo ya lo hubieran solucionado. En realidad el tema es de gran complejidad, vamos a intentar ofrecer un punto de vista que trate de dar cuenta de dicha complejidad y ofrecer algunas ideas con visión política.
Las ideas simplistas y unilaterales acerca de cómo resolver el problema del delito y la criminalidad, se manifiestan exasperadamente al grito de ¡basta de impunidad! o ¡aumenten las penas! o ¡que vuelva el servicio militar obligatorio! o ¡que los militares intervengan en la “lucha” contra el delito!.
Este enfoque parte de un gran supuesto, que el hombre es malo por naturaleza, que las civilizaciones modernas están poniendo más agresivo este atributo y que solo mediante la represión es posible combatir al delito. Y en forma complementaria, como nada se puede hacer en conjunto y organizadamente, se instituye un sálvese quien y como pueda, encerrándose en barrios ya no cerrados sino fortificados y armándose hasta los dientes.
Todo ello distorsiona la percepción profunda del fenómeno, y muchas veces a través del discurso político y/o de la espectacularización mediática, opera como encubrimiento de las causas y del accionar de las instituciones pertinentes a la problemática.
Nos referimos a la inseguridad en las calles y en los barrios, a esa incertidumbre que afecta en forma directa a la gente, y particularmente a los mas humildes. A quienes un robo o un hurto los privan de cosas esenciales y que además son justamente los que menos recursos tienen para proteger su propiedad y su integridad.
Debemos reconocer que existe una relación directa entre marginalidad y violencia. Es decir que hay una estrecha relación entre la cantidad de robos y hurtos que se comenten cotidianamente en las barriadas populares y en distintas zonas comerciales de las grandes ciudades, y la situación social de miles de personas, particularmente jóvenes varones de entre 15 y 30 años de edad que se encuentran sin trabajo, sin escolaridad y sin ningún tipo de contención social, y muchas veces sin contención familiar y ni siquiera de vecinos o círculo social alguno.
Además, al referirnos a estos sectores, principalmente juveniles, no estamos de ningún modo sugiriendo que la solución sea criminalizarlos, es decir reprimirlos.
Lo que estamos afirmando es que una solución urgente del problema de este tipo de delitos, debe empezar por un programa también urgente de atención a estos adolescentes y hombres jóvenes que no tienen ninguna maldad por naturaleza, sino que se encuentran acorralados en un brete material y cultural que no les da opciones, y cuyo involucramiento en el delito no es más que la consecuencia lógica (y lo sería para cualquiera que se encontrara en la situación de ellos) de escape, de salida de acto de vida que les queda con los recursos vitales que tienen, y en el escenario vital que se les presenta.
Los primeros que no quieren reconocer esta vinculación entre marginalidad y violencia son aquellos que tienen responsabilidad directa desde sus posiciones de poder económico y/o político. Son los mismos actores sociales que pretenden que el esquema de redistribución de la riqueza permanezca sin alteraciones, los que instalaron este esquema principalmente en los años 90 (que fue precisamente el período en que este tipo de hechos aumentaron sustancialmente).
Hay una relación más que evidente entre el aumento de los indicadores sociales negativos (población bajo la línea de pobreza, población bajo la línea de indigencia, desocupación, deserción escolar, etc.) y la tasa general de robos y hurtos. Cuando la desocupación se disparó en el 94/95, estos delitos se cuadruplicaron, y en las crisis de 2001-2002 se sextuplicaron respecto de lo que habían sido sus niveles históricos hasta los años 70. Por otra parte es evidente que son cometidos en su mayoría por población marginal masculina principalmente en la franja etárea de los 17 a los 30 años, y los niveles de violencia que conllevan estos hechos se agravan a medida que la marginalidad se hace más crónica, (segunda o tercera generación de desocupados y desescolarizados), que aumenta el consumo de tóxicos (alcohol, drogas, paco), producto de la cultura de la época neoliberal, y también a medida que las medidas de seguridad y la resistencia de las víctimas aumenta. De esta situación son responsables principalmente las políticas neoliberales.
Hay dos grandes grupos de ideas y soluciones que sustentan mi posición, la de prevención llamada situacional, es decir medidas de seguridad, vigilancia y control no invasivo que disuada la comisión de este tipo de hechos delictivos, principalmente el mejoramiento y uso racional e intensivo de los recursos policiales existentes, y la de prevención llamada social que implica la creación de programas y recursos para presentar alternativas y contención a la población en riesgo de involucrarse en actividades delictivas de este tipo (o que ya esté involucrada).
Claro que en forma simultánea hay que hacer mas eficiente la labor de los cuerpos de seguridad, de la justicia y del sistema carcelario. (…)
En este apartado quiero compartir con ustedes las reflexiones planteadas.
Esta es mi perspectiva, la misma fue publicada en la Revista Debate 05-03-10