Me sumo a la consternación popular que ha provocado la muerte del Dr. Raúl Alfonsín. Su figura trascenderá como el símbolo de la recuperación de la Democracia luego de uno de los períodos más dolorosos y trágicos de nuestra historia.
El recuerdo de su figura nos evoca aquellos días de esperanza que con su verbo entusiasmaba a las grandes mayorías afirmando que con la Democracia se educa, se vive y se cura. Quizás resulte difícil separar su condición de político tenaz y luchador por los derechos humanos y por la renovación de la cultura política argentina de los controvertidos momentos en los que como Presidente de la Nación debió tomar decisiones.
Su gobierno ha sido símbolo de turbulencias sociales, políticas y económicos y de continuidad institucional a pesar de ello. Quizás sea esa su principal contribución al aprendizaje político de la sociedad argentina que por años, por mucha menor conflictividad y crisis cerraba el ciclo democrático con irrupciones golpistas.
Por ello el mejor homenaje que se le puede hacer al hombre político que Alfonsín encarnaba es que su memoria convoque a la reflexión ciudadana a profundizar las asignaturas pendientes de la Democracia argentina para que se cumpla su ferviente deseo de que con la Democracia haya educación, salud, y trabajo digno para todos en un país más equitativo, más solidario y emancipado.