Semanas atrás se conoció el informe del Fondo Monetario Internacional de Perspectivas Económicas donde se aborda la situación actual de las Economías Latinoamericanas. En él se prescriben recomendaciones de política económica destinadas a afrontar un contexto internacional caracterizado por la incertidumbre respecto de la actividad económica de las principales potencias, y por los elevados niveles de liquidez mundial derivados de la política monetaria de la Reserva Federal. Según el FMI esta liquidez se vuelca a las economías emergentes, incrementando el crédito y el nivel de actividad y sobrecalentando las economías. La publicación de este informe coincide, además, con un momento de discusión importante a nivel mundial respecto del rebalanceo de los flujos de comercio mundial, que se expresa básicamente en los pedidos de las principales potencias para que China deje apreciar su moneda.
Tras señalar que América del Sur ha reaccionado de manera notable a los sucesos mundiales de 2009, mostrando en 2010 altas tasas de crecimiento económico, el organismo recurre, una vez más, a parte del recetario neoliberal. Este contiene pedidos de de-saceleración del gasto público, incremento de las tasas de interés, y una mayor flotación cambiaria que deriva en una apreciación de las monedas, lo cual reduce la competitividad de las economías. Según el Fondo, ello es necesario dado que los altos niveles de crecimiento pueden llevar a desbordes en materia de inflación.
Las políticas propuestas se caracterizan por una notable falta de autocrítica respecto del accionar del Fondo en la región. Sabemos que sus condicionalidades redundaron en la gestación de senderos insostenibles y regresivos que derivaron frecuentemente en crisis económicas y sociales. Algo de ello vuelve a verse hoy en día en Europa, donde el espíritu del FMI se mantiene vigente a la luz de la implementación de medidas de recorte fiscal, flexibilización laboral y reformas de sistemas jubilatorios.
El FMI aconseja la apreciación cambiaria vía la libre flotación de las monedas, aunque ella derive en menores niveles de crecimiento para los países que la aplican. Ellos mismos lo reconocen en el citado informe al sostener que “el repunte de la demanda interna por lo general ha sido menor en los países con regímenes de cambio más flexibles durante los episodios mundiales de dinero barato”. Estas recomendaciones cambiarias pasan por alto que una parte no menor de las presiones sobre el tipo de cambio provienen de las políticas de estímulo monetario registradas en Estados Unidos; sin embargo, no hay una sola línea de crítica a esta inundación de liquidez por parte de la Reserva Federal. La propuesta completa del FMI incluida en este informe implicaría, tal como se desprende de estos argumentos, trasladar el costo del ajuste internacional hacia nuestras economías.
En mi opinión, los países de la región deben adoptar una actitud de firme autonomía ante el Fondo. No sólo su fracasado historial amerita esta postura, sino también la inconsistencia de sus argumentos que se derivan de las falencias conceptuales al caracterizar el fenómeno de la inflación. La idea de enfriar la economía para contener potenciales incrementos de los precios por encontrarse los países cerca del pleno uso de su capacidad productiva, desconoce el impacto favorable del crecimiento sobre el producto potencial. Seguir la tesis del FMI que pide ajustes del gasto y condiciones más estrictas en el mercado de dinero implica, entonces, ubicarse constantemente en niveles de subutilización de los recursos de la economía, y por lo tanto colocar un freno a la reducción del desempleo. Todo este esfuerzo de los países en desarrollo es solicitado por el Fondo, en pos de estimular el crecimiento de las economías desarrolladas, que han entrado en la más aguda crisis económica por aplicar al extremo las políticas de liberalización financiera y económica.
Esta nota fue publicada en Página/12 el día 23 de octubre de 2010.